El laberinto es la espiral de las bifurcaciones eternas, el sendero de los caminos sin fin, en el cual nos perdemos para volvernos a encontrar.
En un sueño simbólico que tuve...
Traía a cuestas sobre mi espalda una loza de laberinto e iba caminando un trayecto totalmente recto sobre la penumbra donde solamente veía mis pasos. El lugar era como un desierto de la nada, sólo yo y mi carga. En el cielo no se vislumbraban las nubes, ni la luna o tal vez ni cielo había.
Al ir avanzando, el laberinto dedálico se hizo más pesado, por lo cual tuve que arrojarlo al suelo, al caer fue creciendo paulatinamente, hasta que su tamaño era ciclópeo e ingente con una estructura plurivariada y de red infinita parecido al del faraón Amenemhat III.
Al verlo frente a mí, me adentré en él y a sus caminos que representan los distintos senderos de la vida, los cuales tengo que recorrer infinitamente para encontrar el acertijo de su solución. Fue emocionante adentrarse en él, ver su puerta principal, sus altas paredes, sus caminos tortuosos, las bifurcaciones multicursales la perplejidad angustiosa que provoca el estar ahí dentro fue intensa. Las trampas, los peligros, el Minotauro, caminos sin salida, meandros. Sendas que llevan a lugares del sin sentido configuran ese concepto estructural del laberinto: perderse y encontrarse en una infinitud de veces.
La finalidad de encontrar la salida y ser, finalmente, el heróico protagonista de nuestra propia vida dentro de la compleja estructura es tomar el rol acertado porque en algún momento histórico se logra percibir el hilo dorado de Ariadna que al asirlo nos conducirá hacia la salida de los senderos eternos. Pero solo podremos verlo cuando hayamos recorrido iniciáticamente la totalidad del laberinto y entrado al misterioso centro del mismo donde no se sabe que hay en ese lugar o que encontraremos. Sé que todavía no he llegado al centro porque estoy escribiendo desde una encrucijada de mi vida…