sábado, 9 de junio de 2012

EL LABERINTO COMO UNA ANALOGÍA DE LA VIDA






Una entrada, un recorrido, un proceso, una búsqueda y una salida. El sendero de lo desconocido, cuando no conocemos la vereda podemos imaginar que la entrada en el mundo del laberinto es el nacimiento de una persona que inicialmente llega a lo desconocido donde todo le es nuevo, misterioso. El recorrido es la vida, sus experiencias, todo lo que hace  siente y dice; su aprendizaje junto con sus vivencias, anécdotas, alegrías, tristezas, logros triunfos, acontecimientos y circunstancias. La salida es la muerte de la persona. Lo importante es el recorrido que nos permite y nos conduce a la mejor de las salidas o a al vacío nihilista del centro donde no se encuentra nada o tal vez un pergamino en blanco. Un vacío por el cual luchamos, ese vacío de la nada en el cual creemos, pero ese vacío no es la recompensa, la recompensa es el mismo camino tortuoso, espinoso o placentero que nos ennoblece, que nos conduce a base de perdidas, de extravíos y caídas que nos convierten en otras personas. Es la aventura de nuestras vidas, nuestro recorrido, nuestro trayecto en el cual estamos y llegamos en un logro de plenitud ante el vacío del mundo.

La pregunta es ¿cómo hemos recorrido el laberinto, que sentido le hemos dado a nuestro itinerario dentro de él y la percepción que tuvimos de él, del gran laberinto que tiene inmersos otros laberintos dentro de sí mismo, pequeños laberintos por los que cruzamos y por los cuales, a veces nos perdemos para encontrarnos en un camino más excelente, lo cual, la propia perdida nos otorga y nos recompensa por medio del sufrimiento y del esfuerzo. Porque dentro del laberinto siempre se toman decisiones, al llegar frente a una encrucijada, en caminos bifurcados elegimos el que mejor nos parezca, pero lo elegimos con reflexión, con meditación con hipótesis, no solamente para saber que pasa, no solo para ver si el camino tiene salida o nos lleva a otro camino mejor, más recto, menos espinoso.

Con el nacimiento se entra al complejo mundo del laberinto, donde la apariencia y la realidad se confunden, donde hay falsas salidas, puertas cerradas, murallas ingentes, caminos tortuosos que llevan a la muerte, abismos y puentes destruidos, niebla, oscuridad, falsas esperanzas, peligros que simbolizan al Minotauro o al diablo. Cada persona juega el rol de Teseo, pero solo quien logra salir y matar al minotauro puede ser llamado por ese nombre, son los héroes anónimos que se han sujetado del hilo de Ariadna. Hay quienes construyen su propio laberinto y son encerrados en ellos como Dédalo. Hay quienes no comprenden la verdadera libertad y se precipitan al mar de la muerte imitando a Ícaro. Una complejidad de roles que se juegan dentro de los grandes muros dedálicos.

En el laberinto no solo se resuelven problemas o acertijos, también se vencen obstáculos emocionales y se vence uno mismo. En la vida cada quien extiende su propio laberinto donde se adentra y donde tal vez ya no se salga nunca, se entra al laberinto de la vida y al laberinto del mundo, del universo y de la realidad, un laberinto que en base a nuestras propias percepciones lo vemos inextricable o meramente sencillo para seguir en él circunnaufragando y retornando para siempre hacia el mismo centro…

5 comentarios:

Calister dijo...

EL LABERINTO Y EL ALMA
Andrés Ortiz-Osés Universidad de Deusto, Bilbao
1. El mito del laberinto y el centro
Toda narración mitológica es como un laberinto de acciones, luchas y pasiones que exponen el drama de la existencia humana en el mundo. En este sentido, todo relato mítico es laberíntico, ya que el laberinto comparece como el paradigma de toda mitología. En efecto, el mito en su significado técnico, es decir, la mitología, es un lenguaje de las profundidades anímicas o logos profundo (catalogos): catálogo o catalogación de los conflictos y contradicciones de la existencia humana, cuya resolución proyecta imaginalmente la razón mitológica en cuanto razón simbólica (hiponoia). De esta guisa, la verdad del mundo como laberinto encuentra el lenguaje adecuado a sus encrucijadas en la mitologíaTaiiTofiece el hilo conductor del sentido representado por la razón simbÓlica como logos de ida y vuelta, es decir, como diálogos o logos dialéctico que reúne el interior y el exterior del laberinto, el centro y la periferia, la vida y la muerte.
Un laberinto es la escenografía de los contrarios encontrados: vida y muerte, entrada y salida del mundo, héroe y monstruo antagónico. La línea continua que recorre las estancias del laberinto enlaza todas las cosas en una articulación o configuración típicamente mitológica, al decir de Aristóteles en su Poética. El mito del laberinto es así la urdimbre de toda mitología, en la que conviven el hombre y la bestia, la luz celeste y la oscuridad terrestre. Se trata por lo tanto de un encuentro de los contrarios en la caverna mitológica del laberinto (que parece provenir de labra = caverna). Ahora bien, la clave de la caverna laberíntica es su centro sagrado, el cual puede quedar o bien vacío o bien ocupado sea por el Minotauro sea por Teseo, por la cruz o el espejo, por el alma o Ariadna, por Dédalo el arquitecto o por un agujero (como ocurre en el moderno laberinto de la Universidad de Deusto). Puede consultarse al respecto El libro de los laberintos de P. Santarcangeli.
Si el centro del laberinto está vacío, nos encontramos con la respuesta típicamente oriental de la nada como desfundamento del ser y de la inacción como desfundamento de la acción. El fatalismo y el nihilismo místico son aquí la respuesta extremosa, la cual sufre un quiebre si el vacío aparece como horadación por la que recircula el más acá y el más allá, la vida y la muerte, la luz y la oscuridad: el vacío revierte entonces una apertura o matriz lunar simbolizadora de la Diosa cretense del laberinto (la propia Ariadna, según el mitólogo del Círculo de Eranos, K. Kerényi). Ahora bien, en el mito clásico del laberinto su vacío está ocupado en un primer momento por el monstruo devorador de jóvenes donceles y doncellas y, al final feliz, por el héroe ateniense Teseo tras liquidar al monstruoso Minotauro prehélenico. Mas, ¿qué decir al respecto del mito clásico que configura nuestra mentalidad típicamente occidental?
2. El mito del héroe y el espejo
La figura del Minotauro en el centro del laberinto entroniza la fuerza bruta y el reino del terror como totalitarismo oscurantista. El Minotauro devorador representa literalmente al diablo disolutor y al demonio anti-racional, la recaída en la barbarie animalesca y la desmesura denominada hybris.

Calister dijo...

Esto lo ha visto muy bien nuestra mitología moderna y su héroe matadragones, hasta el punto de acabar con el monstruo y ponerse en su lugar, es decir, en el centro del laberinto de nuestra civilización. Ahora, Teseo ocupa el centro sagrado, aunque desacralizado por la comparecencia de su espada flamígera cual soporte de la razón entronizada. Pero esta razón es una razón abstracta y sin sentido, como lo muestra la propia figura del heroico Teseo que, tras acabar con el sombrío animal, despide también a la princesa Ariadna detentadora del hilo conductor: este hilo conductor simboliza el sentido o dirección salvadora, la razón simbólica y axiológica, el lenguaje dialéctico capaz de reconciliar los contrarios en lugar de exasperarlos pasando de un mortífero extremo a otro no menos mortificante. Podría incluso hablarse de una réplica occidental al vacío oriental: esta réplica es la abstracción, que no es sino un vacío asimbólico o vaciado de sentido.
Lo que queda pendiente y sin resolver en el mito clásico del héroe típicamente occidental es la asimilación del proio envés yio sombra, el lado oscuro que toda luz proyecta, la inconsciencia inasumida. Por eso pienso que el centro del laberinto puede estar bien ocupado por un espejo como ocurre en ciertos casos, espejo que posibilita la revisión de nuestra vida desde la otredad, la conciencia de uno desde el/lo otro, la entrevisión de la realidad en su transrealidad y, por tanto, de la vida desde la muerte liminal. Un tal espejo nos hace ver la lucha del héroe con el dragón como la lucha dialéctica de los contrarios que buscan su remediación en un armisticio basado en la reconciliación, que la divinidad simboliza como coincidencia de opuestos. A este respecto es interesante constatar que en ciertos laberintos construidos en iglesias cristianas su centro está ocupado por la pila bautismal, vale decir por el espejo de las aguas en cuyo espacio en blanco se encuentran el pecado y la gracia, la negrura del dragón infernal y el rojo del héroe solar. En donde las aguas fungen de médium de regeneración y remediación, así como de liquidación o licuefacción del enfrentamiento o confrontación de los contrarios, al desabsolutizar o relativizar su obcecación a través del perdón del pecado de origen y de la justificación simbólica del sacramento (podríamos hablar filosóficamente de una asunción, asimilación, integración o salvación/sanación del mal).

Calister dijo...

El erudito Santarcangeli señala entre los creadores enamorados del laberinto a Leonardo da Vinci, a causa de su devoción para con la madre natura y sus secretos. Pero también se concitan como actitudes laberínticas, frente a la linealidad plana, tanto la Reforma protestante cono la jesuítica, sin duda por la emergencia en ambas reformas del laberinto moderno de la propia conciencia. En el caso de los jesuitas hay que resaltar además el barroco y sus retorcimientos mentales en B. Gracián, A. Kircher o E. Nierenberg. Finalmente, cabe citar como arte laberíntico contemporáneo la obra cuasi vegetal tanto de Gaudí como de Hundertwasser, aunque nuestro siglo está considerado como antilaberíntico. El erudito autor ha olvidado aquí el laberinto posmoderno del Guggenheim bilbaíno, especie de laberinto descentrado, y sobre todo el omnipresente Ordenador, auténtico laberinto draconiano en cuyo centro habita la realidad virtual, es decir, una realidad irreal y, a pesar de ello, eficiente y efectiva. Pero la efectividad se torna afectiva al aparecer, en la red, las cálidas imágenes policromadas. Pues así como el Guggenheim bilbaíno, definido como puro calculus por P. Ricoeur en su reciente visita, ofrece recovecos acristalados de acogimiento simbólico bajo sus ojivas cuasi góticas, así el Ordenador ofrece tras su gélida verdad calculatoria el sentido humano simbolizado por la flecha direccional que elige por nosotros el camino a seguir. El laberinto electrónico del ordenador se convierte así en un rompecabezas necesitado de un hilo conductor hermenéutico, representado por el lenguaje elector / selector del programa en cuestión.

Calister dijo...

3. El hilo conductor y el alma
Ha sido U. Eco quien ha hablado de convivir humanamente con y en el laberinto que constituye nuestro específico modo de cohabitar el mundo. Pero para convivir humanamente en nuestro laberinto mundano es preciso que el monstruo deje de matar para no tener que ser matado en una repetición sin fin. Ahora bien, si tuviéramos que acabar con todos los monstruos y seres draconianos del universo deberíamos exterminamos mutuamente (lo que significa no defenderse frente a la agresión). La clave estaría de nuevo en el centro del laberinto, en el que la lucha a muerte entre Teseo y el Minotauro debería transmutarse culturalmente en la lucha a muerte entre Teseo y Ariadna. Pero como ya hemos señalado, el héroe clásico Teseo abandona a Ariadna, la cual encontrará en Dionisio su consorte final. Así que el centro del laberinto aparece finalmente cohabitado por Ariadna y Dionisio, el cual es el propio Minotauro transmutado ahora culturalmente en un amoroso dragón. Esta transformación de la fuerza bruta natural en potencia cultural se realiza a través del hilo amoroso de Ariadna, capaz de sublimar la agresividad salvaje. Por eso comparece también a veces en el centro del laberinto su propio arquitecto Dédalo, como para consignificar que la clave o llave hermenéutica del conflicto hombre-naturaleza radica en la cultura. Y aquí nace por cierto, de la figura del arquitecto Dédalo con su maza o mazón, la posterior figura del masón y la cultura ilustrada de la masonería como heredera de las artes arquitectónicas y constructora de los gremios medievales (la albañilería místico-racional).
Con esta observación obtenemos una última connotación del laberinto como proceso de racionalización de lo irracional, logrado a través de un lenguaje de ida y vuelta cual hilo conductor del sentido humano. De esta guisa la verdad racional-abstracta del laberinto alberga el lenguaje humano del sentido. Ahora el laberinto comparece como el almario del alma humana, cuyas peripecias simbólicas designa en sus trazados irregulares más regulados. Si como dijimos, la mitología es una especie de almología o tratado del alma humana, la mitología del laberinto muestra el alma en su encrucijada de sentido y sin sentido. Por ello el grabador H. Hugo depinta el alma humana cual ánima en el centro de un laberinto, situándola entre el espíritu del ángel (arriba) y los cuerpos humanos perdidos en la periferia del laberinto (abajo). De este modo, el ánima comparce como remedio central de la animosidad (animus). O el laberinto como curvatura lunar de todo tazado rectilíneo, repliegue interior de todo despliegue exterior y espejo nocturno de conocimiento de nuestras sombras proyectadas agresivamente al otro.

Calister dijo...

En el espejo se ve finalmente la propia y ajena mortalidad del hombre, visión de la muerte natural que hace superflua la muerte innatural o inducida al otro. A partir de esta consideración, podría interpretarse el mal como inconciencia y enfermedad del alma a concienciar y curar, como descentramiento del alma a centrar en el centro laberíntico y como actitud desalmada a realmar pacíficamente. Pues toda paz procede de un pathos articulado y sublimado. (Quizás sea también éste el camino a seguir en el lacerante caso abierto del llamado laberinto vasco).


Sym-bolon. Ensayo sobre la cultura, la religión y el arte. Blanca solares, María del Carmen Valverde Valdés. Universidad Nacional Autónoma de México. Pp.89-94.