sábado, 16 de junio de 2012

LABERINTOS SIMBÓLICOS


El laberinto es la espiral de las bifurcaciones eternas, el sendero de los caminos sin fin, en el cual nos perdemos para volvernos a encontrar.


En un sueño simbólico que tuve...

Traía a cuestas sobre mi espalda una loza de laberinto e iba caminando un trayecto totalmente recto sobre la penumbra donde solamente veía mis pasos. El lugar era como un desierto de la nada, sólo yo y mi carga. En el cielo no se vislumbraban las nubes, ni la luna o tal vez ni cielo había.

Al ir avanzando, el laberinto dedálico se hizo más pesado, por lo cual tuve que arrojarlo al suelo, al caer fue creciendo paulatinamente, hasta que su tamaño era ciclópeo e ingente con una estructura plurivariada y de red infinita parecido al del faraón Amenemhat III.

Al verlo frente a mí, me adentré en él y a sus caminos que representan los distintos senderos de la vida, los cuales tengo que recorrer infinitamente para encontrar el acertijo de su solución. Fue emocionante adentrarse en él, ver su puerta principal, sus altas paredes, sus caminos tortuosos, las bifurcaciones multicursales  la perplejidad angustiosa que provoca el estar ahí dentro fue intensa. Las trampas, los peligros, el Minotauro, caminos sin salida, meandros. Sendas que llevan a lugares del sin sentido configuran ese concepto estructural del laberinto: perderse y encontrarse en una infinitud de veces.

La finalidad de encontrar la salida y ser, finalmente, el heróico protagonista de nuestra propia vida dentro de la compleja estructura es tomar el rol acertado porque en algún momento histórico se logra percibir el hilo dorado de Ariadna que al asirlo nos conducirá hacia la salida de los senderos eternos. Pero solo podremos verlo cuando hayamos recorrido iniciáticamente la totalidad del laberinto y entrado al misterioso centro del mismo donde no se sabe que hay en ese lugar o que encontraremos. Sé que todavía no he llegado al centro porque estoy escribiendo desde una encrucijada de mi vida…

1 comentario:

Calister dijo...

EL ANIMAL DEL LABERINTO

Como una rata en su laberinto, así se mueve cada quien siempre en su propio dédalo de hábitos. Nos desplazamos a lo largo del día, de cada día, por las mismas angosturas, los mismos umbrales, las mismas bifurcaciones y nos topamos con las mismas murallas de siempre. Un pequeño laberinto de hábitos es cada uno en el seno de la libertad, ajena a nosotros la mayor parte del tiempo. Estructura, todo es estructura, incluso en su diacronía. Hábito monótono el del Sol, que cae y se levanta para volver luego a caer. Hábito el del girasol -en otro estrato muy diferente del Ser no menos monótono que el primero. Hábito de la gacela, en su comer-emigrar-procrear-vigilar-correr. Hábitos felinos, hábitos perrunos, hábitos mosquinos. Laberintos microscópicos y laberintos astronómicos; laberintos simples y laberintos extraordinariamente complejos. El Cosmos es un gran Animal constituido por hábitos como pasajes, y nosotros somos desde siempreanimal de laberinto. De la inconmensurabilidad del valle -abstracción de libertad- nace la compartimentación citadina que construye caminos y llegadas, vueltas, paradas, glorietas, disminuciones y aumentos de la velocidad, estacionamientos y vías de doble sentido. Pero siempre encarrilado, dirigido, el fauno que somos permanece encadenado a un laberinto. Todo se mide en distancias y en límites. Laberinto, sí, como límite, como asfixia impuesta a la vía libre, a la acción espontánea, a la creación. Una reducción de alternativas de vida: eso es el hábito. Elegimos nuestros hábitos y ponemos así las paredes de nuestro laberinto. Despertamos y sabemos ya qué camino tomar: "bajo el píe de la cama, el otro píe; me baño, desayuno, me visto y voy a trabajar". Recorro como ciego lentamente las paredes de mi laberinto, palpándolas, contento de que sigan ahí. Y digo lentamente porque nos movemos, ya lo dije, en la monotonía de las cordenadas endurecidas. Pero si alguien (o yo mismo) logra estrellar un muro de mi laberinto, la grieta, a medida que crece, espanta y estremece pues un destello de indefinible se alcanza a filtrar por ella. Monstruo, luz desconocida, demonio de las transmutaciones. La luz que se filtra puede llegar a reventar el muro, a hacer un boquete en él. Entonces, de manera milagrosa, se abren realmente los ojos, aunque de manera cegada: ¡esa luz lastima! –decimos. La perturbación al hábito nos aborda muchas veces contra nuestra voluntad y la reacción más natural es resistirse a ella para regresar al laberinto conocido de hábitos. Pero, para muchos, la incomodidad es un coctel y el placer es su ingrediente principal. Masoquismo del libertario; perversión contra natura del nómada que sale de su laberinto. Salimos del hábito como de un parto: cegados y con dolor. Pero el alumbramiento siempre (o casi siempre) deviene sonrisa post-traumática. Masoquista que busca esta sonrisa, el libertario busca y escoge sus líneas de fuga menos peligrosas. Pues, bien lo advierte Deleuze, la línea de fuga es tanto más peligrosa cuanto más bella es. Hay, por ello mismo, una belleza hasta en el suicidio, tendido como línea de fuga absoluta, fatal, fuera, absolutamente fuera del laberinto de la vida. Pero sólo el suicidio puede ser línea de fuga. La muerte natural es, ciertamente, hábito. Es la salida habitual al laberinto. Por todo esto -y aunque uno nunca pueda salir del todo de un laberinto de ésta o aquella naturaleza- nuestra proclama es: ¡Romped paredes!


Publicado por Carlos Béjar en 10:48:00 PM Sin comentarios:
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Etiquetas: animal, Deleuze, hábito, muerte de Dios, suicidio, Vida
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