martes, 10 de julio de 2012

MELANCOLÍA Y CONOCIMIENTO





“Sobre mi cráneo inclinado planta su bandera negra”
BAUDELAIRE

       Cuando la melancolía planta su bandera negra izándola hasta la cúspide de lo sublime, nos adentramos en una meditación sombría y conocemos más de cerca el mundo de las desilusiones junto con sus miserias, aunque no carentes de sentido; donde están aquellos y los otros, los que miran con una visión específica la realidad en toda su globalidad incesante que perciben una concepción personal del hombre y de la cultura. 

Donde los espíritus melancólicamente activos que se adentran en un doloroso abismo sin tiempo, cuando el extremo pesimismo invade su atmosfera de reflexión y se repliegan hacia el pensamiento que converge unidireccionalmente y no se desvía a los lados de los objetos efímeros carentes de interés. Un anhelo que intentan alcanzar en su propio ensimismamiento de soledad y de alejamiento auto impuesto por temor a las distracciones externas.

Pero en su fría meditación, se pregunta una y mil veces lo que en verdad quieren saber: ¿qué provoca las tristezas infinitas de grises matices, a todos los hombres que se aferran la efímera alegría; las desilusiones que regresan y se van una y varias veces; el tedio que nos invade en compañía de la desesperación; el desencanto del mundo, de las personas y de la realidad; el pesimismo que con sus talantes garras nos atrapan cuando queremos escapar para siempre; la depresión con su nube negra y la malograda melancolía absoluta? 

Incesantes sentimientos dentro del hombre que lo obligan hacia lo trágico de la vida; que, para el pensador, son entidades preocupantes de comprensión ontológica. Son en sí una metafísica de los sentimientos opositores a la verdadera alegría de la vida: una barrera,  un puente en medio del abismo que nos ocupa actualmente para poder traspasar la herida de nuestra caída o de nuestro descenso voluntario, cuando nos arrojamos a ese abismo demencial, que se anhela comprender a toda costa; mientras pisamos el fondo y nos enfrentamos a nuestro objeto de conocimiento e intensamente padecemos para entender y comprender la triste la melancolía que está aún más por debajo de ese primer abismo.

Y, otra vez, nos volvemos a arrojar doblando voluntariamente nuestras alas emplumadas de negra sabiduría, mientras miramos hacia un cielo de infinitud inalcanzable iluminado por un sol saturnino que se diluye tras el paso del tiempo y muere en una noche plutónica, esa que puebla nuestro pensamiento cuando somos iniciados en el conocimiento del desencanto, porque sabemos que en parte, este es el peor de los mundos posibles, donde el infierno son los otros.

Esa pesada melancolía que inclina el pensamiento hacia la meditación sombría, hacia la tristeza, la depresión y el sueño que ennegrece la visión del que se encuentra ensimismado y rodeado de ella como una nube abrazadora que amortaja la mente que tiende a levantarse por encima de uno mismo y sobre sí mismo hasta la adversidad. En ese camino que va transitando hacia el conocimiento, un conocimiento distante, alejado del convencionalismo cotidiano, de lo común, un conocimiento subterráneo, una percepción sublime del distante mundo que conocemos superficialmente  que, acuestas del pensamiento encorva nuestra espalda como un atlas oscuro que conoce una totalidad del mundo por que ha besado a la introspectiva hija de Saturno; musa de los pensadores oscuros, de los poetas del epitafio. Que buscan una epistemología de la tristeza, una gnoseología de la desilusión que lo eleven al desencanto del hombre y de las banalidades del mundo.

El adepto conoce la melancolía y no siempre se deslinda de ella, sino que le inspira y le dá fuerzas para conocer la realidad y la usa como una herramienta conceptual y metodológica. Aunque sabe que nunca conocerá la realidad última de todas las cosas porque ignora demasiado, porque anhelando no se harta de lo anhelado, ni de lo alcanzado aunque sienta angustia de lo que no puede conocer y, entonces, añora, otra vez; lo inalcanzado.

 El melancólico que está en el mundo busca ser en el mundo, pero desde otro ángulo, desde lo distinto saliéndose del monopolio de lo razonable padeciendo en el mundo viviendo, actuando en las calamidades que siempre sufre el hombre, conoce con su mente, con su cuerpo y su espíritu, porque los pesimistas saben que nada marcha bien en el mundo.

Con nuestro ojo-desmesurado hemos conocido la desilusión de la realidad y la verdad que nos aqueja como dice kierkegaard, refiriéndose a Job: “No hallaremos un escondite, en todo lo ancho del mundo, en donde no nos alcancen los problemas, además de no saber cuando la aflicción llegará a nuestras casas”… y el sabio Eclesiastés afirma como el conocimiento produce melancolía: “donde abunda la sabiduría, abundan las penas, y quien acumula ciencia, acumula el dolor” Sabemos que con el tiempo caerá al olvido nuestro nombre y seremos como si no hubiéramos sido y nuestra vida se disipará como niebla.

Cuando la melancolía llega a nuestra vida se aferra a nuestro pensamiento izando su bandera negra y aun así seguimos reflexionando con nuestro cráneo inclinado y como pensadores melancólicos conocemos la desesperación, las angustias y las tristezas; sin embargo, sabemos que son efímeras porque hemos atravesado cielos sombríos y aterradores antes de ver el sol resplandeciente, ése que brilla en la lejanía, en las afueras y en la tranquilidad de un mundo apacible…

7 comentarios:

Calister dijo...

El esfuerzo inútil conduce a la melancolía.

José Ortega y Gasset.

Calister dijo...

Se dice del sabio Heráclito que era tal su melancolía que dejó su obra y sus escritos inacabados.

Calister dijo...

Aristóteles, consideraba "Melancholikoi" a los hombres geniales.

Calister dijo...

Melancólico, es una forma momentánea o permanente de estar-en-el-mundo.

Calister dijo...

La melancolía que heredó Kierkegaard de su padre tuvo una enorme influencia sobre su filosofía. Además, por causa de su melancolía, rompió un compromiso matrimonial.

Calister dijo...

Melancolía y sosiego

Dicen que es lo mismo, que la depresión es la versión actualizada de la melancolía, que ambas están relacionadas con la tristeza, el dolor y la inactividad y, por lo tanto, son una y la misma enfermedad. Es cierto que el término melancolía nace en el mundo de la patología para designar a uno de los cuatro humores básicos (sangre, flema, bilis y humor negro o melancolía) asociado a la sequedad, el frío, el otoño y la tarde —del día y de la vida—, y que si Galeno lo concibió como una ensoñación sin fiebre, los griegos lo llamaron "delirio mental" por corromper la imaginación y el juicio: los melancólicos pasan su vida elaborando quimeras, siempre al borde del miedo y la tristeza.
A lo largo de la historia, la melancolía ha sido vecina cercana del vacío de la existencia y de la pérdida del sentido, o del intento infructuoso de imponer un sentido. Sin embargo, el romanticismo la dotó de cierto encanto: melancólicos eran los creadores, los genios, aquellos cuya sed siempre sería superior a sus posibilidades.
El diccionario de la Real Academia se refiere a la melancolía como una "tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre el que la padece gusto ni diversión en ninguna cosa". Destaquemos de esta definición la característica de "sosegada": no hay desesperación ni ansia de liberarse de la tristeza; es una forma de convivir con ella, manteniendo un equilibrio que brinda serenidad. Este es un rasgo que la distingue de la depresión; el otro es la indiferencia. En la melancolía no hay apatía ni sensación de ser ajenos a la realidad, mientras que la depresión suele ser improductiva, paralizante, sólo se recrea a sí misma. En cambio, los blue dey/ls —sentimientos melancólicos— dan a luz ese ritmo maravilloso conocido como blues, y el spleen de Baudelaire inspira sus inimitables poemas.
La depresión cancela los deseos, mientras que la melancolía es una especie de deseo sin dolor, una tristeza con placer que puede acercarnos a la calma o incluso a la lucha, como lo confirma Sábato: "Algunos supondrán que, por mi manera de ser, propensa a la melancolía y el pesimismo, estos 90 años con los que cargo encima acabarán por desalentarme; sin embargo, es todo lo contrario".
Si hoy identificamos la melancolía con depresión y la incluimos entre los retos que enfrenta la medicina es en buena parte por la patologización del lenguaje con la que, como buenos herederos de Freud, equiparamos todo comportamiento a tina enfermedad. Así, esa melancolía que María Zambrano considera "una manera de tener no teniendo", de pronto se vuelve indeseable, un sentimiento a erradicar, quizá por no ser compatible con la actual concepción de la vida como un estado de euforia perpetua y pensamientos concretos. Sin embargo, la melancolía es una forma (le ver la vida y de habitar el mundo que no está peleada con la felicidad. Una forma de apegarse a los bellos recuerdos y a los sueños inalcanzables; de ejercer la tristeza.

El oficio de la duda. Esther Charabati.Pp. 111-113

Calister dijo...

LA NEGRÍSIMA MELANCOLÍA

Quien con la frialdad infantil del erudito habla de cosas como la sobriedad de la razón y el desarrollo del control de nuestro órgano del conocimiento no ha debido verse sometido a ese otro gran mal del mundo llamado acedia y que quiero distinguir de la común melancolía, o de la así llamada nostalgia.

En efecto, la melancolía es sin duda una afección sobre el espíritu que en cuanto propiciadora de un carácter no reviste ninguna desesperanza decisiva. El carácter melancólico es una disposición general, por tanto, una tendencia hacia el padecimiento de la verdadera melancolía, pero no aún la auténtica melancolía.

El melancólico, malhumorado, pesimista, etc, que caracteriza por excelencia el carácter de un Schopenhauer utiliza aún con pasión su razón desplegada de las afecciones y desde allí opera con cierto distanciamiento la reflexión propicia acerca de su melancolía.

Y entonces es legítimo aceptar su opinión pesimista del mundo, pues tal tipo de melancólico caracterial es capaz de alejarse del objeto que en un primer lugar le modeló y le formó, salvándose de su propia destrucción.

Esa nostalgia que en ciertos momentos nos embarga tampoco llega a los cauces destructores de la “visible oscuridad” de Styron; existe aún belleza en su textura, existe de hecho algo que es confusamente hermoso y triste, y ello es motivo de estados anímicos ciertamente exaltados y poéticos.

Nada que ver con lo que quiero caracterizar como ese torrente hipnotizador que, como una tromba de agua, quiebra huesos, carne y alma para adentrarse rabiosamente en nuestro interior; esta negrísima melancolía ya no es objeto del problema XXX de Aristóteles acerca de los hombres geniales ni tratado de acedia de las penas de San Agustín: es la morbidez styroniana, el último lugar al que se puede huir sin que se pueda huir, el lugar propio del acorralamiento, pero también la inmunización de la razón, la destrucción de la esperanza, la soberbia maligna de la locura.

Me atrevo a decir que, en cuestiones de melancolía, soy un erudito, un savant, un perfecto conocedor. Y además voy progresivamente aumentando mi currículum, a medida que cada vez estoy bajo los efectos de una nueva oscuridad. Yo he cruzado ese peligroso límite que enlaza la melancolía natural con la cordura al dejarme llevar por excesos biliosos inmorales que han manchado de negro la atmósfera bajo la que respiro. Entiéndase bien: no se delibera y a causa de tal deliberación se “cae” en algo así como la melancolía, sino que la melancolía y la desesperación inundan la vida entera, la siegan, la despedazan, la penetran hasta orillarnos más allá de las fronteras de nuestro propio espíritu.

Esta negrísima melancolía no hace distinciones ni respeta la autoridad de la experiencia, ni el valor del juicio. Por eso el más prudente puede verse afligido e inundado por ella, pues a menudo la causa efectiva de su devastación no dependen del razonamiento; más bien se abalanzan sobre él, devorándolo.

La otra desgracia es que tal melancolía y su satánica naturaleza no despierten el menor interés en el hombre reflexivo. Es verdad que es un grado extremo de tristeza, una marabunta exuberante; por eso debería ser objeto de alguna consideración.

El melancólico es abandonado, finalmente en su no-poder-ser y archivado en la ruina de la soledad, sin que ninguna razón universal u ontológica se preocupe por lo que quizás represente, para muchos hombres, algo indigno de ser pensado y meditado.


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