jueves, 19 de julio de 2012

LA NIÑA DE BLANCO


Se dice que el obrero trabaja con las manos, los artesanos con las manos y la cabeza, y el artista con las manos, la cabeza y el corazón. Si no se pone el corazón en la obra, no hay arte.

Describir lo que significa poner el corazón en la obra, es tan difícil como tratar de describir un sentimiento estético o espiritual; parece que tales sentimientos se verifican y se comprenden solamente mediante la experiencia. Cuando diversos elementos armonizan, aun cuando sea por un fugaz segundo, cuando todas las piezas de un rompecabezas quedan en el lugar que les corresponde, se experimenta un sentimiento de congruencia o exactitud; esta revelación va muchas veces acompañadas, o da origen, a una respuesta emotiva cálida y maravillosa.

La grandiosidad de las obras de whistler se debe al sentimiento de exactitud que inspiran. Sus pinturas no tienen la intensión de relatar una historia, pero son puramente estéticas, y algunos las califican de espirituales.

“La niña de blanco” es un buen ejemplo de ese sereno sentimiento de exactitud: la combinación adecuada del tema, su contenido y forma. Las cualidades estéticas se evidencian en la pureza de la expresión pensativa de la niña y en la sencillez de su vestido blanco. La imagen subsiste en nuestra memoria y recordamos con placer su belleza.

Sería interesante comparar esta pintura con la última estrofa del poema de Wordsworth, “Vagué solitario como las nubes”, y aunque el tema no es el mismo, sugiere cierta relación:

Muchas veces, estando recostado,
En actitud ociosa o pensativa,
Hasta ese ojo del alma han penetrado
Que es la dicha de la vida reflexiva;
Mi corazón entonces de alegría rebosa
Y con los narcisos en bailar se goza.

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Por James Abbott Mcneill whistler (Estadounidense, 1843-1903)
Pintura de la Galería Nacional de Londres
Comentario por Floyd E. Breinholt.

-Revista de la Sociedad de Socorro. Septiembre de 1970. P.  690.

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