martes, 12 de octubre de 2010

…DESDE LO FINITO HACIA LO INFINITO


Del hombre a la divinidad; de lo efímero a lo perene. De lo profano a lo sacrosanto. Una evolución, un desarrollo; un llegar a ser. ¿Qué tanta finitud y limitaciones hay en el hombre respecto a Dios, es la distancia abismal, hay tanta diferencia entre la divinidad y el hombre como la de un Dios y un gusano? ¿Un hijo puede llegar a ser como el padre, lo creado puede llegar a ser como el creador?
El camino del hombre hacia Dios es eterno, escalará hacia el héroe, el filósofo, el místico, el sacerdote, el profeta o el santo…
Pero cómo se puede comprender a Dios, a conocerlo para llegar hacia él, desde el entendimiento limitado del hombre. Si partimos de las definiciones que han analizado algunos teólogos y filósofos sobre Dios, (San Agustín, Santo Tomás, San Anselmo, Platón, Aristóteles) no tendremos una idea clara y específica. Se ha oscurecido el concepto de divinidad con atributos y formas extrañas. De todo lo que se ha hablado de él: su naturaleza, propósito y condición, estamos iniciando de términos confusos, errados e inventados con graciosas fantasías, aunque a veces con algunos aciertos. Pero ¿cómo es Dios realmente, cómo podemos saber éso y más aun cómo podemos sentirnos parte de la divinidad y saber que esa divinidad nos pertenece ontologicamente?

Desde nuestra finitud como mortales con algunas limitaciones lograremos llegar a tener la idea de infinitud y de la sempiternidad... y avanzar dialécticamente, progresivamente hacia esa divinidad de la cual somos parte, aunque insistamos en alejarnos. La “Divinidad es tener el carácter, poseer los atributos y perfecciones que tiene Dios mismo”, lo divino es lo eterno; aunque a veces no podemos alcanzar a comprender la magnitud de ciertas cosas y designios. Se nos ha dicho que existe una separación abismal entre lo humano y lo divino, el humano solo puede conformarse con ser filósofo, mas no sofo, (como los dioses) -aunque Empédocles no se conformaba con ser sabio, sino que quería ser un dios-. [Y para mostrar su “divinidad” se aventó a un volcán y dicen que se lo llevó volando un carro de fuego como a Elías el profeta] ¿Qué habría descubierto en sí mismo, en su condición o cómo pudo entender el concepto de divinidad?

Tal vez como los artistas creadores que experimentan a menor escala lo divino, (cuando crean una escultura, como Miguel Ángel que le arrojó un cincel a su estatua de David que recién había terminado de hacer y le dijo: “Ahora habla”) cómo podemos entender la divinidad como simples mortales. O cómo el doctor Frankentein que creó al monstruo anónimo; o como el judío que hizo al Golem. O como los alquimistas que creaban hombrecillos homúnculos. En la literatura o en la realidad siempre se está consciente de la divinidad que llevamos dentro.

Ya los griegos habían hablado de los semidioses en sus mitologías, explicando que eran hijos de un dios y un mortal como Cristo. Estos semidioses que hacían hazañas extraordinarias como los doce trabajos de Hércules, (y su homologo Sansón) ya tenían la condición de héroes, porque un héroe es más que un hombre.

¿Estamos conscientes que en alguna eternidad podemos llegar a crear mudos ingentes con otros seres humanos, con animales de nuestra imaginación, insectos ponzoñosos que tienen algún propósito como ese insecto que nos pica y que maldecimos y que aplastamos con todo el coraje del mundo y que nosotros jamás podremos reemplazarlo, como crear un díptero, un coleóptero, un asqueroso blátido. Cómo podemos fabricar una inmunda rata, un rabioso perro, un místico gato, una simple planta, una bendita nube, una estrella magnificente o una ingente galaxia. Éso es “parte” de lo divino, la creación y la creatividad, ¿y la bondad infinita, la justicia, la equidad y amor que se le atribuye a la divinidad? ¿Seremos dioses en alguna eternidad? O solamente cuando transcendamos nuestra finitud...

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